EL NEGRITO CUALQUIERA

Érase una vez un lindo negrito que había nacido en África. En un lindo poblado costero nació el negrito. Lindas palmeras, aguas cristalinas, frescos manjares, potentes negritas y la húmeda tierra que también era negra. Feliz y dichoso era el negrito correteando mañana y tarde, disfrutando libremente de cuántas delicias la selva le proporcionaba. Sus padres veían orgullosos como crecía y se convertía en un saludable y alegre salvaje. El día que nació el negrito su madre preguntó a su marido, ¿qué nombre le pondremos al pequeño? Su padre le contestó, – Ponle cualquiera-. Y este fue el nombre que pusieron al pequeño, Cualquiera. El pequeño Cualquiera, en contra de lo que su nombre indica, no era un muchacho más de la tribu. En su familia había recaído el mando de la tribu durante generaciones y, si todo sucedía de la manera esperada, a él iría a parar esta función. El hechicero de la tribu le había pronosticado un largo y provechoso reinado basándose en misteriosas alineaciones de astros, informaciones privilegiadas que solo a él le eran reveladas y en su contacto directo y exclusivo con los Dioses. Sin embargo aquel hechicero que la tribu tenía en tan alta estima, que tantas vidas había salvado con sus pócimas y secretos, aquel que hacía llover y lucir el sol a su antojo, era, como más tarde se demostró, un completo ignorante, incapaz de adivinar lo cerca que de allí se encontraba el hombre blanco, especialista consumado en retorcer suertes y destinos para hacerlos coincidir con sus propios intereses. En una gran embarcación había llegado el hombre blanco, negreros dispuestos a llenar las bodegas de su barco con un valioso cargamento de esclavos fuertes y vigorosos para llevar al Nuevo Mundo. Allá, en el Nuevo Mundo, cientos de ansiosos compradores esperaban tan preciada mercancía. Le llamaban Nuevo Mundo con mayúsculas pero era igual de viejo que el otro, lo de nuevo es porque ellos no lo conocían antes. Llegaron allí, les gustó y se lo quedaron. Este Nuevo Mundo es verdad que estaba menos usado que el otro, más natural y salvaje. Así que para recuperar el tiempo perdido y gastarlo para que cuanto antes se igualara con el viejo, era necesaria mucha mano de obra, a poder ser gastando poco dinero, con la que explotar todos los recursos y bienes que los nativos aún conservaban. Entonces se optó por que la mano de obra fuese gratis.

Voy a contar ahora cómo el hombre blanco capturó al negrito Cualquiera. Al negrito Cualquiera le atizaron una pedrada en la cabeza mientras defecaba tras el tupido follaje selvático. Nunca supo lo que había pasado. Él se esforzaba por evacuar sus excrementos y de repente sintió un golpetazo seco en la cabeza. ¡Dios mío!, pensó para sí, se me ha reventado una vena en la cabeza con el esfuerzo, me muero, y perdió el conocimiento.

Cuándo abrió los ojos estaba encadenado en una oscura y maloliente bodega de barco negrero. Tal vez aquello fuera el infierno, al que había ido a dar con sus huesos por ensuciar con sus miserias algún lugar sagrado que él desconocía. Mucho tiempo tardó el negrito en descubrir que aquello no era el infierno, que no había muerto por un derrame cerebral, que todos aquellos negros y negras que lo acompañaban encadenados como él seguían en este mundo, que aquella bestia de cien quilos de peso que manejaba el látigo también era de este mundo y que todos aquellos demonios blancos que los maltrataban nada tenían que ver con el más allá.

La travesía resultó penosa. Sólo aquel privilegiado que haya podido disfrutar de las comodidades y placeres que un barco negrero puede ofrecer, que haya realizado el viaje en sus bodegas, puede tener un concepto claro de lo que significa la travesía. Hoy en día, con el progreso, la civilización, la globalización, los derechos humanos, las libertades y la bondad de occidente, la cosa ha cambiado mucho. Ya no tiene que ir el blanco a buscarlos. Ellos solitos, abonando el pasaje, hacen la travesía en cualquier barcucho o cascarón que flote. Tan hacinados como entonces y jugándose el pellejo. Eso sí, sin látigo. Volvamos al negrito. Mientras la travesía duró, consiguió Cualquiera apartar de su cabeza los dolorosos recuerdos de su amada tierra, de su familia, del hermoso futuro que antes le esperaba, de tantas maravillas como tenía reservadas para él su antiguo destino. Pudo apartarlo de su cabeza porque no había sitio en ella. Sólo dos ideas tenían sitio en aquella cabeza. Una, escurrir el bulto cuando los blancos decidían amenizarse el viaje a costa de la mercancía. Dos, un sueño, un deseo, ver algún día al energúmeno del látigo clavado en la punta de una lanza con el látigo atado a sus gónadas. Cuánto tiempo duró este viaje es cuestión que dejaré a la iniciativa del lector, cada cual diga los días que crea más convenientes de acuerdo con sus conocimientos y el sadismo del individuo. Natural es pensar que la travesía estuviera salpicada de violaciones, festival de latigazos, paso de negros por la quilla, negros inservibles arrojados al mar, salvajes apuestas entre curtidos marinos, rifa de bofetadas, golpes de machete, didácticos juegos sobre cubierta y un sin fin de actividades para hacer más agradable y llevadero el tedioso viaje. Yo no me voy a extender porque me mareo cuando monto en barco. Yo soy de tierra adentro.

Llegó al nuevo mundo el negrito y los que con él viajaban. Bajaron del barco con el mismo cariño con que subieron, con el energúmeno del látigo para eliminar galbanas indeseables. Todos fueron conducidos a lindos corrales donde, uno a uno, fueron examinados, contados, recontados y obsequiados con unos groseros grilletes que acabaron de persuadir a la tribu sobre estúpidas ideas de libertad. Porque algunos negritos, a pesar del pánico, del látigo y de no saber hacia dónde correr, son lo suficientemente inconscientes como para intentar la huida, para ponerse a correr desesperadamente y lanzarse al mar para volver nadando a su tierra, olvidando que para que la huida tenga éxito es imprescindible que el estómago se sienta solidario con el plan. Ya sabemos todos cuán insolidario es el estómago. Un negrito huido, que además es sorprendido robando comida, se enfrenta a una comprometida situación y a un castigo acorde con la originalidad de su escapada, porque el blanco da un enorme valor a la iniciativa e imaginación. Aunque los negritos no lo sabían aquello que allí se estaba organizando era una subasta y por eso al negrito Cualquiera, joven y fuerte, los blancos lo examinaban detenidamente, le miraban los dientes y otras partes menos duras y palmoteaban alegremente todo su cuerpo.

Sin saber cómo ni por qué Cualquiera había ido a parar al duro suelo de aquella carreta, el lugar más agradable en mucho tiempo. Con su traqueteo y su vaivén el negrito se quedó profundamente dormido. Con él en la carreta viajaban tres de aquellos peligrosos blancos, orgullosos con su flamante adquisición, pelando su gordo culo contra las tablas del pescante. Tanto duraba el viaje que el negrito creyó que volvían a su tribu en la carreta y que, si seguía prolongándose, acabaría dándole relevo a la vieja yegua que tiraba de aquel artefacto. Una cosa era cierta, desde que estaba en la carreta, no había recibido ni un latigazo y eso era cosa de gran importancia para una criatura que, como él, estaba en el infierno. El viaje en carreta terminó en una grande y bonita hacienda. Nunca el hechicero de su querida tribu le dijo que en el infierno pudiera haber árboles tan grandes y bonitos, frescas y verdes tierras, cielos luminosos, aire puro y sin embargo allí estaba él, en aquel bonito infierno llenito de blancos demonios por todas partes. Comenzó aquí el largo proceso de transformar a un futuro jefe de tribu en obediente y servicial mozo de cuadras, a un salvaje africano en civilizado y laborioso peón, algo que sólo con el cariño y la comprensión del hombre blanco se puede conseguir. Con eso y con el maestro por excelencia, el látigo. Largo fue el camino a recorrer y muchas las enseñanzas que Cualquiera tuvo que asimilar hasta que los blancos lo consideraron animal doméstico, es decir, que obedece y se somete a nuestros deseos sin necesidad de recurrir a la violencia. Violencia de la que el negrito Cualquiera recibió sus correspondientes y generosas dosis, en las que yo no voy a recrearme para no dar al relato tinte de tragedia que podría perturbar nuestra inocente y ejemplar existencia, convirtiendo un bonito cuento en una desagradable crónica de sucesos, donde las conductas aberrantes y depravadas de unos pocos sacian el morbo de pervertidos lectores entre los que, ni remotamente, nos encontramos nosotros. Pasó el negrito Cualquiera tiempos duros física y síquicamente. Continuos cambios en su estado de ánimo. De malo a muy malo. De muy malo a peor. De peor a peligroso. De peligroso a senil. De senil a delirante. De delirante a apático. De apático a malo y vuelta otra vez al fantástico carrusel de la locura del que a punto estuvo de no bajar. Sin embargo todo lo superó el negrito Cualquiera, todo lo aprendió y consiguió, dentro de lo que cabe, civilizarse. Aprendió el extraño idioma de los blancos y sus costumbres. Aceptó vestirse con sus ropas y aprendió a comer con aquellas herramientas absurdas. Daba los buenos días a sus amos con exquisita educación y hasta consiguió caerle simpático al barbudo capataz. Cualquiera era un negrito inteligente y capaz y por eso aprendió pronto a sobrevivir sin latigazos en el infierno.

 Todo cambió para Cualquiera aquel preciso día en que sus amos decidieron adquirir una joven esclava en una plantación cercana. Él se pasaba el día atendiendo las cuadras y no se enteró de la novedad hasta que llegó a su barraca. Entro en ella dispuesto a dar descanso a su negro cuerpo pero lo que le dio fue un amago de infarto. Allí en su barraca había una negrita. Un pedazo de África dormía profundamente en su barraca. Olvidándose de toda la educación que con tanto  esmero había recibido, empezó a resoplar como un poseso sin saber qué hacer, dando vueltas por la barraca sin creerse lo que estaba viendo y, claro, la negrita se despertó. ¿Era real aquel negro que resoplaba por la barraca como un globo deshinchándose? Sí, era real y preguntaba ¿Quién eres? ¿De dónde has salido? ¿Qué fue lo que hiciste en tu vida para venir al infierno? ¿Y ahora dónde duermo yo? La negrita fue quien sacó a Cualquiera de su prolongado error, ella le explicó que ninguno de los dos estaba muerto y que aquella generosa tierra no era el infierno. Aquello dejo aturdido al negrito y cuándo, después de mucho hablar, cayeron rendidos, Cualquiera volvió a dormir de nuevo vivo, sabiendo que no estaba en el infierno pero sin creerse del todo que aquellos blancos no fueran demonios.

Todo su tiempo libre lo empleaba el negrito en correr junto a la negrita a darle conversación y los días empezaban a tener un agradable anochecer en su compañía. Era una muy linda negrita, de cuerpo esbelto y generoso en su justa medida, con su mirada salvaje y luminosa, su naricita respingona, sus labios gordezuelos y con un par de…tet…ojos preciosos. Una estupenda razón para aceptar, con algo más de optimismo, la dura vida de esclavo. Pasó el tiempo, se fueron conociendo negros y blancos y hasta cariño, o algo parecido, se tenían. Cada uno cumplía con sus obligaciones y la convivencia rozaba la perfección, si la miramos desde la perspectiva del blanco. La convivencia rozaba la perfección y la vida sexual de la pareja negra también la rozaba. Solo la práctica continuada de un ejercicio conduce a ejecutarlo con perfección y así los negritos se entregaron a la práctica, lograron la perfección y la negrita quedó preñada. Aquello fue una alegría para todos, blancos y negros. Desterró para siempre el látigo y las amenazas, proporcionó un nuevo y más amplio barracón para los negritos y durante nueve meses convirtió a Cualquiera en un amoroso hombre-flan. Parió por fin la negrita Mami, que así voy a llamarla haciendo alarde de imaginación y originalidad. Parió mientras Cualquiera daba vueltas alrededor del barracón sin entender por qué las mujeres no lo dejaban ayudar a sacar al mundo a su hijo, si él era quien lo había metido allí. Salió al mundo su precioso hijo y convirtió a Cualquiera y a Mami en amorosos padres y lo que había empezado con dos salvajes en la bodega de un barco negrero, apuntaba ahora a una feliz “familia afroamericana” en América, tierra de promisión. Todo es posible en América.

Así, con estos mimbres, el paso del tiempo, la bondad del hombre blanco para conceder derechos y aceptar como iguales a sus semejantes y algunas cosillas más sin importancia,  se convirtió Cualquiera, heredero a la jefatura de su tribu africana, en un respetado y ejemplar esclavo americano, en padre de civilizados hombres y mujeres de color, en abuelo del primer negro que se compró un coche, en patriarca de toda una estirpe de ciudadanos que pudieron escoger su propio destino y tuvieron la libertad para decidir si cursaban estudios universitarios o se pasaban el tiempo fumando crack.

Haya salud y suerte.

 

CAPERUCITA COJA

Érase una vez una estupenda mocita. Era una mocita buena, era lista, miope (casi ciega) y coja. Caperucita se llamaba. Vivía con sus papás en una preciosa aldea situada, no sé exactamente donde estaba situada. En su aldea tenían la bonita costumbre de, cada 29 de febrero, preparar un generoso canastillo con todo tipo de viandas, ricos dulces y deliciosas galletitas que las mocitas llevaban a sus abuelitas. Todas las abuelitas, todas, vivían en acogedoras cabañas situadas en lo profundo de un precioso bosque cercano infestado de lobos. El cómo pudo tan idílico lugar dar cobijo a tanta bestia ha sido un misterio hasta nuestros días. El caso es que una vez que los lobos se percataron de la bonita costumbre, esta se convirtió en una correría desenfrenada de mocitas cuyo único objetivo era salvar el culo del festival de mordiscos en que se convertía el bosque. No hace falta decir que las mocitas de la aldea destacaban entre todas las de la comarca por su agilidad, potencia y por alcanzar velocidades dignas de la mejor de las olimpiadas, porque gran parte del tiempo comprendido entre cada 29 de febrero y el siguiente, se lo pasaban practicando artes marciales y entrenando la huida, la esquiva y el sálvese quien pueda. Así Caperucita, coja y medio ciega, se veía en clara desventaja entre todas las de la aldea, que más parecían gacelas, y ya los lobos empezaban a mostrar una sospechosa inclinación a correr detrás de ella y olvidar a las demás. Era costumbre también que las mocitas participaran en “la carrera de las cestas” desde que cumplían diez años hasta el día en que anunciaban su compromiso formal de matrimonio, cuándo el mozo en cuestión pedía su mano. Petición que siempre había obtenido el deseado consentimiento, sin que se conociera caso alguno de pretendiente rechazado viniese de dónde viniese y dándose otros en que se apalabraban matrimonios antes de que la mocita en cuestión supiera andar siquiera. Porque la perspectiva de pasarse la juventud correteando delante de los lobos, ayudaba mucho a mirar con buenos ojos al mozo solicitante.

Lejos de allí, en otra bonita aldea, vivían un riquísimo comerciante, su mujer y su hijo Feodoro. Feodoro era un joven valiente y de noble corazón, pero estas y otras virtudes que poseía pasaban desapercibidas ante el protagonismo que ejercía su feo rostro. Cuándo su madre lo trajo al mundo, su padre, al verlo por primera vez, quiso matarlo creyendo que alguna alimaña se había comido a su pequeño y estaba durmiendo en su cunita. Trabajo les costó a sus criados convencerlo de que aquel pequeño monstruo era su hijo y que en pocos días su rostro cambiaría para convertirse en un guapo mocetón. Pero los días se convirtieron en años y el mocetón en un monstruo. Feodoro nunca fue a la escuela, se educó en casa, los demás niños se negaron a compartir clase con aquel fenómeno. Pasaba el tiempo y su padre veía apesadumbrado que la inmensa fortuna, que con tanto trabajo había reunido, no iba a tener más heredero que su feo hijo y propuso a Feodoro la única solución que él creía posible. Irían a pedir la mano de una de las mocitas que cada 29 de febrero participaba en “la carrera de las cestas”. Y así fue como se presentaron en la bonita aldea, esa que no sé muy bien dónde estaba, Feodoro, su papá, su mamá y un puñado de criados con ricos presentes para la afortunada mocita.

Siete eran las mocitas que por aquel entonces participaban en la curiosa tradición y, sin pérdida de tiempo, la familia se dirigió a casa de una de ellas.

—Dios guarde a los que habitan esta casa. Venimos de lejos para pedir la mano de vuestra hija, a la que nada ha de faltar si consiente en desposarse con mi hijo Feodoro, que es muchacho de corazón valiente, noble, cariñoso con los suyos y posee fortuna que no ha de gastar aunque tres veces viviera.

Después de oír esto, los padres de la mocita no dudaban en consentir, pero su hija, histérica perdida, juraba y perjuraba que se mataría si la entregaban en matrimonio a aquel engendro. Prefería correr entre los lobos hasta los ochenta años antes que aquello.

Rechazada así la comitiva, se dirigió a casa de la segunda de las mocitas.

—Dios guarde a los que habitan esta casa. Venimos de lejos para pedir la mano de vuestra hija, a la que nada ha de faltar si consiente en desposarse con mi hijo Feodoro, que es muchacho de corazón valiente, noble, cariñoso con los suyos y posee fortuna que no ha de gastar aunque tres veces viviera.

La segunda mocita se quedó pálida y con un hilo de voz dijo a sus papás.

—Yo no he corrido entre las fauces de los lobos para terminar a los pies de semejante criatura. Si consentís mi matrimonio me negaré a daros un solo nieto que pueda parecerse a su padre y yo misma me mataré.

Con la segunda negativa, sospechando que habría una tercera, se fueron a casa de la tercera mocita.

—Dios guarde a los que habitan esta casa, Venimos de lejos para pedir la mano de vuestra hija, a la que nada ha de faltar si consiente en desposarse con mi hijo Feodoro, que es muchach

Aquí se oyó un portazo y se vio un reguero de polvo que se perdía en lontananza.

Por seis veces lo intentaron aquel día sin tener éxito y decidieron dejar para el día siguiente la última de las visitas, la visita a la casa de Caperucita Coja. Cansados y desanimados se fueron todos a la posada. La séptima visita tendría que esperar, pues el día siguiente era viernes 29 de febrero. Un viernes de Cestas. La posada era un hervidero de gentes venidas de todos los puntos cardinales, los cuatro, para asistir a “la carrera de las cestas”. La carrera dio comienzo, como siempre, a las doce en punto, mediodía. Siete mocitas se internaron en el bosque como siete rayos. Siete canastillos para siete abuelitas. Mientras, en la plaza de la aldea y su cantina, todos los vecinos y visitantes esperaban nerviosos el regreso de las participantes. Comían, bebían y cruzaban apuestas sobre el orden y estado en que regresarían las mocitas. No era la primera vez que alguna mocita se quedaba por el camino, entre las fauces de las bestias.

A las cuatro de la tarde empezaron a regresar las mocitas, todas ellas sudorosas y rojas como tomates. Circunstancia esta por la que en algunos lugares la mocita que participaba en esta curiosa carrera era conocida como Caperucita Roja, de ahí el cuento sucedáneo y pastelero que nos han endosado desde niños. A las cinco todas las mocitas habían regresado menos una, Caperucita Coja. La noticia corrió entre la multitud, los padres de Caperucita Coja pedían ayuda y todo el mundo se temió lo peor. Los padres de Feodoro veían esfumarse la última de sus esperanzas y nadie sabía muy bien qué hacer. Ante el desconcierto, Feodoro se fue a la posada, cogió su hacha de leñador y se encaminó al bosque.

-Voy a relatar ahora cómo pudo el lobo feroz zamparse a Caperucita Coja-. A las doce de la mañana, cuándo las siete mocitas entraban en el bosque como siete rayos, ya el lobo feroz esperaba la llegada de Caperucita disfrazado con ropas de la abuela y recostado en su cama. No se había comido a la abuela porque no estaba en casa. La abuela se había largado tres semanas antes con un marino mercante, alias Popeye, perdidamente enamorada. Es verdad que podía haber avisado a los suyos y evitar así que Caperucita se jugara el culo en el bosque, pero tampoco es de extrañar si tenemos en cuenta que en esta comarca, los padres y madres, mandan a las niñas a correr entre lobos feroces mientras las apuestas suben allá en la tasca. Son costumbres. Caperucita, después de cruzar el bosque como una centella coja y esquivar más de una emboscada, logró alcanzar la casa de su abuelita y cerrar la puerta creyéndose a salvo. Caperucita Coja, que era muy corta de vista, no se percató de que lo que ella creía su abuelita acostada era en realidad el lobo feroz. El animal esperaba pacientemente a que Caperucita decidiera ponerse cómoda y deshacerse del peligroso callado que más de una vez la había librado de ser devorada. En el momento en que Caperucita quedó desarmada y distraída el lobo se abalanzó sobre ella, que sorprendida, casi ciega y coja nada pudo hacer, y se la comió de un bocado. La pitanza dejó al lobo feroz un estómago muy pesado. Porque a Caperucita, el lobo feroz, se la comió entera, sin masticar, como si fuera una serpiente pitón. Esto los lobos no lo habían hecho nunca. Hasta este cuento. Los lobos siempre han comido a mordiscos y destrozando huesos y carne. Lo que come un lobo no hay forma de volver a componerlo cuando le vacías la barriga. Pero los lobos de esta comarca no comen así, lo comen todo de un bocado. Es otra más de las peculiaridades de esta comarca.

Feodoro caminaba con su hacha hacia el bosque y la multitud se apartaba a su paso porque no eran capaces de imaginar lo que podía hacer con un hacha un hombre tan feo. Caminó por el bosque hacia la casa de la abuelita sin que nada perturbase su marcha. Ningún lobo pensaba comerse aquello aunque no hubiese llevado hacha. Cuándo entró en la casa, el lobo feroz roncaba plácidamente con su panza hacia el techo y solamente abrió uno de sus ojos para comprobar quién osaba interrumpir su digestión. Lo que vio fue el repulsivo rostro de Feodoro que lo miraba fijamente. Con los excesos culinarios de la mañana la bestia apenas podía moverse y nada pudo hacer para evitar que Feodoro acabara la faena con un certero golpe de hacha y otros muchos no tan certeros pero igual de peligrosos. Caperucita Coja, que como ya sabemos padecía una miopía más que importante, no pareció percatarse de la fealdad de su príncipe salvador ni de lo cerca que estuvo de morir descuartizada a machetazos en la refriega.

Los dos volvieron al pueblo con la piel de la bestia y fueron recibidos con enorme alegría y contento. Todo el mundo quería escuchar el relato de los hechos pero nadie se atrevía a preguntar a Feodoro, un hombre con un hacha, ensangrentado de pies a cabeza y tan feo. Fue Caperucita la que, con todo tipo de adornos caballerescos, contaba como su príncipe había arriesgado la vida y, luchando con cientos de salvajes fieras, había conseguido liberarla de un destino fatal. Así encontró Feodoro una mocita con quien desposarse y Caperucita Coja un príncipe que la retiró para siempre de “la carrera de las cestas”.

Caperucita Coja y Feodoro vivieron felices. Unos años. Hasta que llegó al pueblo un optometrista.

Haya salud ysuerte.

 

¿HAY ALGUIEN MÁS?

CASO SEGUNDO

EL COMPLICADOR

  Muchos se estarán preguntando qué es un complicador, Porque creen que no lo saben, pero sí lo saben. Es una plaga, otra más de las que la gripe estúpida favorece. Están surgiendo complicadores por todas partes. Por ejemplo: es ley no escrita pero infalible que en cualquier entidad pública, estatal o privada a las que todo ciudadano ha de acudir, obligatoriamente, para gestionar sus asuntos, haya al menos un complicador de estos. En su mayoría están al servicio de la administración, retorciendo leyes y normas que nos imponen siempre para nuestro bienestar, comodidad, seguridad y progreso. Sí no pues ya nos las clavan con amenazas, multas y juzgados. Siempre dispuestos a redactar nuevos conceptos y patrones de conducta más acordes con los tiempos, más progresistas, con un enfoque moderno que olvida la verdadera condición de quienes tienen que cumplirlas. Unas normas que rezuman estupidez y servilismo y que solo persiguen la comodidad del gestor y el control del pagano. También es común que haya varios repartidos aleatoriamente por las mesas de atención al contribuyente. Cuando solo hay uno, está colocado a modo de criba, para desanimar al pagano de seguir adelante, así el resto de la plantilla puede vivir relajado, mantener un ambiente coloquial con sus compañeros, comentar las noticias de actualidad y sestear los más atrevidos. Yo lo he visto con mis propios ojos. Da igual que la persona a la que el complicador está machacando sea hombre o mujer,  joven o viejo y carezca de los conocimientos necesarios para rellenar el estrambótico formulario que le acaban de endosar, o resolver cualquiera que sea la treta que el complicador le proporciona. Da igual que esté a punto de echarse a llorar de impotencia. Da igual que tenga una artrosis en las manos que le impide sujetar el bolígrafo entre los dedos.  Vaya usted a su casa y lo rellena allí, después vuelve tranquilamente otro día a entregarlo. Sí, ya sé que vive usted a cincuenta y cuatro kilómetros de aquí, que no tiene carné de conducir, que el autobús sale a las siete treinta de su pueblo y vuelve a las ocho de la tarde, todito el día por la capital con esas piernas hinchadas y ancianas que usted tiene para entregar un formulario, que seguramente lo habrá cumplimentado mal y habrá que volver a realizar la operación entera, y se le pasará el plazo de entrega. Pero yo señora mía no estoy aquí para eso, yo cumplo con mi obligación, aquí lo dice bien claro, aquí no estamos para eso señora, si no, menudo plan sería este. También puede, si así lo desea, hacer las gestiones por internet. Online señora, fácil, sencillo y sin molestar a nadie, je, je. ¿Qué le parece? ¡Ah! Y si lo entrega aquí en ventanilla, no se le olvide solicitar cita previa, que hoy ya he hecho una excepción atendiéndola. Lo hace por teléfono o internet, si es que puede pulsar teclas con esos dedos, pide la cita, pero no para el día que quiera eh, para el día que la máquina tenga libre, que yo más de cuatro citas no puedo hacer, verá qué fácil es charlar con la maquinita esa, y luego ya viene el día y a la hora que se le asigne. Así se trabaja una quinta parte y mucho más cómodo para ustedes, je, je, los paganos. La buena señora se va aturdida camino de la estación, aunque a su pueblo no hay ferrocarril, ella va para tirarse al primer tren que pase.

¿Puede ser real este sucedido que relato? ¿Existirá una entidad pública o privada en la que, parapetados tras un complicador, un número indeterminado de hijos de puta ignoren a la buena señora sin que ninguno de ellos dedique dos minutos de su tiempo a rellenar el formulario? No, seguramente serán imaginaciones mías. Eso sería tanto como decir que no tienen madre, que son hijos de un domador de circo que se apareo con una leona vieja, porque las leonas jóvenes arañan. Fin del ejemplo.

No solo en entidades públicas o privadas habita el complicador, no, esta especie crece y, últimamente, se multiplica en cualquier entorno, por muy inhóspito que sea. Me los he encontrado hasta en el estanco, que sí. En el trabajo, entre los amigos, en la comunidad de vecinos, en la asociación de padres, en la peña de petanca, en la propia casa de uno. Siempre aparece alguien con alma de complicador. Siempre dispuesto a ver ofensas donde no las hay, a sustituir lo que está claro por lo que suena correcto, a desanimar cualquier empresa o proyecto, a votar en contra de lo que sea, a fundirte la esperanza con sus necedades. Para el complicador nada de lo que propongas tiene suficientes garantías de que vaya a salir bien. Nada de lo que digas es del todo correcto, Nada de lo que hagas es encomiable. El complicador siempre tiene una opción mejor, un gesto más correcto, una opinión más respetuosa, una palabra menos ofensiva. Siempre tiene una vía alternativa para complicarte la vida, trastornarte y alterar tu camino, pero siempre, siempre, por tu bien, para mejorarte, burro. Eso sí, siempre a favor de obra, siempre con la corriente, amparado en esta vagancia moral que nos atenaza, esta desgana social, este inmovilismo, esta gripe estúpida que nos impide decir lo que pensamos y hacer lo que debemos. A lo mejor es cosa mía que, no sé dónde, me perdí, y ya no he podido volver al rebaño, o a lo mejor hay alguien más.

Haya salud y suerte.

¿HAY ALGUIEN MÁS?

 CAPÍTULO 1º

Entre nosotros y antes de empezar, que no quiero parecer más listo que nadie, ni asegurar nada. ¿No se está llenando esto, el entorno, el hábitat cotidiano, de gilipollas? Gilipollas en el más amplio significado de la palabra, el que engloba a mal educados, a necios, ridículos, sin voluntad propia ni otro criterio que el que les prestan. Lo que yo, como orco reconocido, llamo ovejas estúpidas Contra las ovejas no tengo nada, que buenos jerséis he gastado de su lana.

O yo estoy sufriendo una especie de pesadilla cognitiva que me hace ver y creer lo que no es, o aquí se está extendiendo una pandemia mucho más contagiosa que la gripe española. Parece ser que le llamaron española porque la prensa española fue la que más difusión le dio en sus inicios. Pues ya tiene algo en común con esta de la que yo hablo, que también la prensa la difunde y extiende con afán incansable. Es verdad que esta, la gripe estúpida, no mata, de momento, pero acabará con el mundo tal y como lo conocía, tal y como lo esperaba cuando salí de la escuela.

Como también es posible que esté yo del todo equivocado (que no lo creo) me muevo en este nuevo entorno con cautela, vigilante. Al principio me costaba guardar silencio en según qué circunstancias y creer lo que veía, pero ahora, como los memos se están reproduciendo como las ratas, ya no. He aprendido a ver al rebaño haciendo, diciendo, sufriendo, aceptando y colaborando en autenticas estupideces, y yo calladito, como si no fuera conmigo, que en realidad no va. Parece una invasión alienígena de aquellas que en los setenta causaban furor en el cine, que no sabían si el que tenían delante era o no era humano. Ahora es todavía peor, porque es real, y nunca sabes si hay alguien más que ve y cree lo que tú. Entonces tienes que esperar a ver si abre la boca y dice algo inteligente o, por el contrario, también tiene el cerebro de porexpan. Solo soy un orco intentando pasar desapercibido, porque está pero que muy mal visto el tener criterio u opinión distinto del que promueven medios de comunicación, instituciones públicas, tribunales, asociaciones, clubs de amigos del oso hormiguero y todo zurriburri que se tenga por persona progresista, moderna, culta, preparada, idiota.

Hasta aquí el prólogo, que diría un escritor, de aquí en adelante las tonterías acostumbradas de este que firma.

CASO PRIMERO.  RUFUS, EL PERRO ASESINO.

Rufus es el nombre de un perro propiedad de la Universidad de Minnesota. Rufus nació como resultado de un experimento llevado a cabo en esta universidad. A partir del cruce de aquellas razas más agresivas y detestables del universo canino y de algunas mezclas clandestinas en tubos de ensayo, se consiguió dar vida al perro más fiero, asesino y despiadado de todo el mundo conocido. Rufus es un perro de ochenta centímetros de alto, cincuenta kilos de peso, cinco patas, rabo con pinchos, cabeza más que grande y boca con siete filas de dientes. O sea, un perro, lo que se dice un perro, no es. Se alimenta diariamente con ocho kilos de carne fresca y huesos, frutos secos, cola cao, donuts y bicarbonato. De vez en cuando, siempre hay despistes, enriquece su dieta descuartizando al cuidador que le da de comer. Por esta razón el puesto de cuidador de Rufus es recompensado con un estipendio que dobla al que recibe el rector de la misma universidad. Rufus fue concebido como parte de un proyecto más ambicioso. El proyecto pretendía alcanzar conclusiones definitivas sobre la locomoción del cuerpo humano, su evolución en el tiempo y la cantidad de estupideces que nos venden. Para realizar este proyecto se escogió, como campo de pruebas, el tramo del camino de Santiago que discurre entre Burgos y Astorga. Hasta ese lugar se desplazó todo un equipo de investigación. Cuarenta y siete estudiosos entre analistas, biólogos, antropólogos, científicos de distintas aéreas, médicos, veterinarios, mecánicos, cocineros, periodistas, tertulianos y Rufus. Además de una pareja de la guardia civil, por si las moscas. Por aquí pasan a diario cientos de peregrinos de toda catadura y condición. Muchos de ellos circulan ayudándose, según dicen, con un par de bastones. Estos bastones son de gran ayuda en parajes alpinos, nevados y resbaladizos, en andurriales escarpados y de fuerte pendiente pero es dudoso el beneficio que pueden ofrecer en esta estepa llana y sin accidentes. Aún así, caminan ellos haciendo penitencia con sus dos bastones, pin, pan, pin, pan, pin, pan. Para intentar descubrir si dos bastones favorecen el desplazamiento o no lo favorecen, se colocó estratégicamente a Rufus en una jaula de acero reforzado y apertura a distancia, de tal forma que el peregrino penitente pudiera ver lo que se le venía encima al abrir la jaula y contara con tiempo suficiente para rezar sus plegarias. Se insertó un interruptor cerebral de amplio espectro en la hipófisis de Rufus con objeto de desconectar al bruto antes de que se merendara al peregrino y poder volverlo a su jaula. El experimento se prolongó a lo largo de tres semanas en las que Rufus abandono la jaula un promedio de treinta veces por día. Después de estas tres semanas el proyecto se suspendió por falta de peregrinos. Se había corrido la voz.

 Las conclusiones fueron claras. De cuatrocientas carreras realizadas por Rufus, el setenta por ciento de los peregrinos reaccionaron lanzando los bastones al aire y emprendiendo carrera meteórica. Lo que indica claramente que a la hora de desplazarse rápida, cómoda y eficazmente por terreno llano, los bastones no hacen falta. Un diez por ciento se quedaron paralizados de terror y sin soltar los bastones. Lo que indica que tampoco sirven de nada en situaciones paralizantes. Otro diez por ciento tropezaron con ellos quedando a merced de la bestia, causándose daños y lesiones sin que Rufus les tocara un pelo. Un dos por ciento puso rodilla en tierra y clamó misericordia a su Dios. Un dos por ciento plantó cara a Rufus usando los bastones como arma defensiva. Esto muestra una situación en que los bastones serían de provecho. Otro dos por ciento ni se enteró de que Rufus andaba suelto. El cuatro por ciento restante emprendió carrera meteórica con bastones y todo y nunca más se supo. Fuera de las conclusiones quedó el caso de un hombre que, no siendo peregrino, paseaba por los campos con un cayado de roble observando el panorama y que ante la carrera furibunda de Rufus le planto cara con el cayado en alto al grito de “ven pacá, cuaguen la puta que te parió”

Tras dar por finalizado el trabajo de campo se realizó una encuesta entre las víctimas de la empresa para conocer de primera mano sus impresiones y las causas de su conducta. Tras horas de grabaciones el equipo no pudo llegar a ninguna conclusión, ni sobre la reacción espontanea ante la bestia furibunda que era Rufus, ni sobre la causa que los movió caminar por la meseta arrastrando dos bastones como idiotas. Parece ser que en su mayoría se sentían más guapos, modernos, competitivos, dinámicos, y televisivos con dos hierros del ártico que con un cayado de peregrino al uso. Nada que ver con la efectividad en lo que a la locomoción se refiere. Es curioso también y muy a tener en cuenta que las conclusiones del proyecto vienen a coincidir, punto por punto, con lo que había anticipado, antes del comienzo, el cabo de la guardia civil allí presente con bien pocas palabras. “Estos, si se pone de moda andar para atrás, para atrás andan”

La noche anterior a la partida del equipo de investigación de la universidad de Minnesota de vuelta a su campus, allá en las praderas del medio oeste, Rufus se escapó de su jaula. Habría sido una auténtica noche de terror, con aquella criatura de laboratorio suelta sembrando el terror por la contorna, de no ser porque se topó de morros con una piara de jabalíes cruzando la carretera. Estos, en defensa propia, le dieron la somanta de su vida y volvió al campamento hecho unos zorros. Las cinco patas que tenía, le parecieron pocas para salir zumbando de entre aquella banda de cochinos castellanos. Al día siguiente se lo llevaron entre algodones. Rufus, el perro asesino, se volvió a Minnesota molido y manso como un cordero.

Haya salud y suerte.

 

LA BIBLIA DE LOS LOCOS SEGUNDA PARTE.

CAPÍTULO 3º

LAS TENTACIONES DE JESÚS.
“Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al final tuvo hambre.”
Así, recién bautizado, sin tiempo ni para pensárselo, se ve Jesús en el desierto. Allí le anduvo el demonio buscando las vueltas al bueno de Jesús, pero nada pudo. Esto son cosas del Señor Dios. Llevar a su hijo amado, su predilecto, al desierto para ser tentado. Dice que después de cuarenta días de ayuno, al final tuvo hambre. Y ¿qué esperaba? Lo que no sé es como siguió hablándose con su padre después de cabronada semejante. Cuarenta días sin un triste saltamontes con miel que llevarse a la boca y seguir vivo, otro milagro. El Señor Dios tiene un camino, un estilo propio para componer sus designios. Le gustan estas cosas y no voy a llegar yo, dos mil años más tarde, a ponerlas en tela de juicio. Siempre le han gustado, desde el principio de los tiempos nos ha colocado episodios de este tipo, Él, o los que se apuntaron a escribir esto que tengo entre las manos. Por ejemplo: Le gusta el número cuarenta. Es más, yo diría que es su número favorito.
En el diluvio, ¿cuántos días estuvo lloviendo con las compuertas del cielo abiertas? Cuarenta, sí señor.
Moisés, ¿cuántos días estuvo con el Señor Dios sin bajar del monte Sinaí? Cuarenta, otra vez.
Israel, pueblo elegido, ¿Cuántos años vagó por el desierto comiéndose el maná famoso? Exactamente, cuarenta.
La mujer, según se dijo en este libro, después de dar a luz a un barón será impura por siete días y continuará purificando su sangre treinta y tres días más, que sumados a los siete anteriores nos da, ¿qué cifra? Cuarenta que te casco.
El ayuno de Jesús, ¿cuántos días nos ha durado? Cuarenta, justos y clavados.
Alí Babá, ¿de cuántos ladrones hablamos? Ni más ni menos que cuarenta. Ya sé, no tiene nada que ver con la biblia.
Son enigmas, números mágicos con mensajes cifrados, o descifrados, yo qué sé. El que tenga interés que indague sobre el número cuarenta, u otros que también aparecen con frecuencia en este libro. También es curioso cómo, a lo largo del mucho tiempo que transcurre en este sagrado libro, de los personajes que van y vienen con sus cuitas y gazapos, se nos cuentan sus ascendientes y descendientes, su concepción milagrosa o no, su edad, sus mujeres y concubinas, las cabras que tenían, de todo, sin embargo con el demonio, que sigue siendo el mismo de la primera página, en ningún caso se ha perdido un momento para darnos algún dato más sobre él. Solo que se ha pasado la historia toda maquinando tentaciones, que se le da bien, porque es hoy el día que las sigue fabricando y cada día de más calidad, más elaboradas. Que yo las he tenido y visto que ni contarlas puedo.
JESÚS LLEGA A GALILEA.
“Jesús, impulsado por el espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca.”
Impulsado por el espíritu. Dicho así, más que una paloma, parece que regresó a Galilea en una moto Vespa.
JESÚS, RECHAZADO EN NAZARET.
Aquí, en la sinagoga de Nazaret, fue donde Jesús empezó a decir verdades, con el peligro que acarrean estas cosas entre los judíos de la época. Esta fue la primera:
“Ningún profeta es bien recibido en su tierra”
La broma casi le cuesta la piel, que se lo llevaron a la cima del monte donde estaba edificada la ciudad con intención de despeñarlo, digo yo que por hacer cierta la máxima que tan alegremente había expuesto. Sin embargo la cosa se quedó en susto, porque dice el libro: “Pero Jesús pasó por en medio de todos y se fue” Esto podría considerarse el primero de sus milagros. Que la muchedumbre esta, famosa por su afición a las lapidaciones y masacres, se quede paralizada mientras el faltón se vuelve a su casa sin despeinarse, está muy cerca de lo milagroso. Muy cerca.
CURA A UN ENDEMONIADO.
Aquí el asunto ya se escapa al común entendimiento. Porque no sabemos lo que entonces entendían por endemoniado. Hoy en día este trabajo lo resuelven un montón de sicopedagogos y especialistas en trastornos antisociales de la conducta. Hay todo un arsenal de sabiondos, sabelotodo dispuestos a desmantelarle el cerebro y volvérselo a montar al primer síntoma del desgraciado. Un minucioso examen de su comportamiento lleva a estos especialistas a descubrir sin ningún género de duda la causa de las dolencias mentales del paciente. Así puede darse el caso de que todo provenga de vivencias o traumas de su infancia y juventud. Hay que tener mucho cuidado con los niños porque el día de mañana puedes tener en casa un monstruo sicópata. Por eso hoy en día se permite a los niños hacer cualquier estupidez que se les antoje, para que no se traumaticen y se conviertan en monstruos mañana, es mejor que sean monstruos ya, desde la infancia. Acabada la terapia uno se queda peor que cuando la empezó, pero con un montón de trucos, recursos y pastillas para que no se note. Nada que ver con un milagro.
JESÚS CURA A LA SUEGRA DE PEDRO Y A OTROS MUCHOS.
Lo mismo da que sean fiebres, que cualquier otra dolencia, que a todos imponía las manos y los sanaba. De ellos salía la enfermedad y los demonios si los hubiere, y en este caso es fácil que los hubiera por tratarse de una suegra, que todos sabemos cuán dados son los demonios a intervenir en ellas. Dice el libro que los demonios salían gritando:”Tú eres el hijo de Dios” y él los mandaba callar. Yo he visto casos en los que quien grita es directamente la suegra, sin demonios. Este hombre pasó a la historia por ser el hijo de Dios, que no es poca cosa, pero como médico también podría haber pasado. Ya no te digo si se hubiese dedicado a sacar demonios alojados en suegras. Yo tengo que reflexionar sobre este tema. Es increíble como esta intervención diabólica en las suegras se viene produciendo desde la antigüedad. ¿Por qué esta dolencia no se manifiesta en la mujer hasta que no se convierte en suegra? ¿O es que tienen un gen encubierto que se activa en cuanto se casa la descendencia? No sé. Tendré que investigarlo.
JESÚS RECORRE GALILEA.
“Debo anunciar también el reino de Dios a las demás ciudades, porque para esto he sido enviado. Y marchó a predicar en las sinagogas por toda galilea.”
Desde luego al que le toca en este libro llevar a cabo una misión, la que sea, lo mismo da como patriarca, que como profeta, que como mesías, ya puede preparar las sandalias, porque lo que es andar de un lugar a otro sin descanso, eso, lo tiene garantizado. Bien claro tenía Jesús que la campaña de propaganda era importante. Marketing lo llaman hoy.
JESÚS CURA A UN LEPROSO.
En cuestiones médicas no parece haber secretos para el Mesías. El los sana y ellos se marchan pregonando a voces el milagro, a pesar de que Jesús les pide que guarden silencio. Poco conocía Jesús al género humano si creía que después de sanar cómo sana, alguien se iba a quedar calladito. Sanar milagrosamente de una enfermedad y no poder airearlo a los cuatro vientos es peor que seguir enfermo. Así las cosas ya todo el mundo sabe de los prodigios y Jesús tiene que evitar las ciudades y tumultos.
“Andaba fuera de poblado, en lugares solitarios, y acudían a él de todas partes.”
CURA A UN PARALÍTICO.
Estando Jesús en Cafarnaún, se supo que estaba en casa, y se organizo un tumulto más que importante. Todos querían curación y consejo y ya no cabían. Entonces se presentaron cuatro trapecistas acompañando a un paralítico, pero no había manera de llegar al Mesías, así que ni cortos ni perezosos se subieron al tejado, hicieron un boquete donde estaba Jesús y por allí descolgaron al paralítico con su camilla. Jesús, viendo tanta fe le perdonó los pecados (yo creo que el paralítico venía a otra cosa). Podían haberse caído todos por el boquete abajo y entonces el milagro habría sido otro. Había entre la multitud allí reunida algunos maestros de la ley y se preguntaron:
” ¿Cómo habla así este? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?”
No sé qué hacían en casa de Jesús estos señores con tantas ganas de pleito. Jesús, para que vieran que el hijo de Dios tiene poder para eso y para más, curó al paralítico, que salió de allí por su propio pie(a esto es a lo que venía el paralítico, creo yo), limpio de pecado y más contento que unas pascuas. No sabemos qué fue de la camilla ni quién reparó el agujero del tejado, porque en estas reuniones y jaranas, cuando se acaban, la gente se va cada uno a su casita y nadie quiere saber nada de los desperfectos causados.